EL PAIS, Rafael Méndez Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real) 31 MAR 2012 - 20:57 CET
Parece un simple charco, un charco grande en mitad de un campo de cebada. A cualquiera que pase por la carretera de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real) a Daimiel sin conocer la apasionante y triste historia de La Mancha Húmeda no le parecerá más que eso. Apenas le llamará la atención. Sin embargo, ese charco es la prueba de la espectacular recuperación del acuífero del alto Guadiana por las lluvias de los dos últimos años. Ese charco es un nuevo ojo del Guadiana, el primero desde que, en 1984, el agua dejó de manar tras décadas de sobreexplotación. Puede que no dure más que unos meses, y es más que probable que el agua no llegue a correr cauce abajo, pero da esperanza de recuperar un ecosistema único y castigado durante más de medio siglo.
En diciembre pasado, Alfonso Queipo de Llano, observó con asombro cómo en el campo de cebada que su familia tiene en el cauce del Guadiana surgía agua. “Pensamos que podía estar roto nuestro pozo o que teníamos un problema en la bomba”, cuenta. Sin embargo, y a pesar de la falta de lluvias, el charco fue creciendo. Él es dueño del Molino de Zuacorta, una de las decenas de instalaciones usadas durante siglos gracias a los caudalosos ríos de la zona, y que ahora se asoman a un paisaje polvoriento. Queipo de Llano cuenta que hace 35 años su suegro, quien compró la tierra, sí “hablaba de que en la tierra había humedad”.
El charco de sus tierras no es un caso único. A dos kilómetros, al Este, en el paraje conocido como El Rincón, han aparecido otros encharcamientos, aunque más pequeños. ¿Sería posible que todos ellos fuesen ojos del Guadiana? ¿De esos de los que hablan los libros de texto y que dejaron de manar en los ochenta? Un ojo, o un ojillo, es cualquier lugar en el que rebosa el acuífero 23 (la enorme bolsa de agua bajo Ciudad Real), no es un punto concreto.
En enero, Miguel Mejías, responsable de Hidrogeología del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), recibió otra sorprendente llamada desde el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, a solo unos kilómetros. Querían que fuera a ver el sorprendente charco. “El año anterior hubo algunos afloramientos de agua cauce abajo, pero concluimos que era de la escorrentía de las abundantes lluvias. Esta vez no era posible, porque no ha llovido”, explica Mejías en su despacho en Madrid. Mejías concluyó el pasado 3 de febrero un informe para la Confederación Hidrográfica del Guadiana que constata “la aparición de estos nuevos ojos en zonas que probablemente no fueron las últimas en desecarse a mediados de los ochenta”. Él, que lleva 15 años estudiando la zona, se sincera: “Pensé que yo me iba a jubilar sin verlo”.
Lo que ha ocurrido es que las enormes lluvias de los cursos 2009-2010 y 2010-2011, un 50% por encima de la media, siguen filtrándose al subsuelo. Es como si uno echase agua sobre una esponja descomunal. El sistema tiene una inercia que hace que suelte agua aún mucho después de cerrar el grifo. Por eso, un año después de que cesaran las lluvias, el acuífero sigue subiendo. Es lo que se conoce como “recarga plurianual”, lo que hacía que antiguamente las Tablas de Daimiel tuviesen siempre agua, incluso en periodos secos. El agua subterránea empieza a brotar en los ojos a partir de los 610 metros sobre el nivel del mar y el 30 de marzo pasado estaba a 609,75.
La zona en la que ha aparecido el encharcamiento más grande está un par de kilómetros cauce abajo del cartel de los ojos del Guadiana, en una mínima depresión, quizá producida por la roturación de tierras o por la combustión de la turba. El informe del IGME sobre los “encharcamientos de agua aparecidos en el entorno de los ojos del Guadiana”, de 11 páginas, explica que, “aunque todavía no se han alcanzado las condiciones hidrológicas necesarias para recuperar el esquema natural de flujo”, porque el agua no mana, “la situación actual supone la mejor de los últimos 28 años”. Mejías explica: “Si este hubiese sido otro año húmedo veríamos correr el Guadiana por su cauce”.
Los nuevos ojos son una de las pocas buenas noticias que el humedal ha recibido desde que en 1956 Franco promulgó la “ley sobre saneamiento y colonización de los terrenos pantanosos a los márgenes de los ríos Cigüela y Záncara”. La norma convertía “terrenos incultos de carácter pantanoso o encharcadizo” en regadío. Los ingenieros se empeñaron con éxito en desecar los terrenos.
En 1973, el Gobierno declaró las Tablas de Daimiel como parque nacional, la máxima figura de protección. Parecía como señalar una pista de esquí en medio del desierto. El enorme acuífero siguió sobreexplotado durante décadas por miles de pozos (muchos de ellos ilegales) y llegó a estar, en 2008, a 35 metros de profundidad. En el peor momento, el déficit acumulado rondaba los 3.750 hectómetros cúbicos. Para dar la medida de la situación, hay que tener en cuenta que los embalses de Entrepeñas y Buendía (Guadalajara), los dos enormes pantanos de los que parte el trasvase al Segura, tienen una capacidad máxima de 2.474 hectómetros. Así que el déficit de más de 3.000 hectómetros parecía imposible de recuperar.
La sobreexplotación, unida a la sequía, hizo saltar las alarmas. El Gobierno y la Junta de Castilla-La Mancha anunciaron el Plan Especial del Alto Guadiana, dotado sobre el papel con 3.000 millones, para regularizar pozos y comprar derechos de agua para recuperar los ojos en dos décadas. El dinero no llegó —al menos no en esa cantidad—, pero los agricultores comenzaron a tomar conciencia de que aquello no podía seguir, que si seguían abusando del acuífero terminaría por ser su ruina.
En octubre de 2009, y tras la prolongada sequía, la turba del subsuelo comenzó a arder en las Tablas. Era un fenómeno habitual fuera del parque, pero el espacio protegido había estado a salvo hasta entonces.
El balance del Plan del Alto Guadiana es de “4.000 pozos legalizados, 20.000 nuevas hectáreas de regadío, más de 8.000 contadores instalados y 1.000 millones en infraestructuras” y la compra de multitud de fincas. El Gobierno del PP ha anunciado que suprimirá el plan, pero con un poco de suerte puede que quede su legado: la conciencia en la zona de que no se puede seguir explotando sin fin el acuífero.
¿Durarán mucho los nuevos ojos? Es poco probable. El informe del IGME explica que “de continuar la falta de precipitaciones de los últimos dos meses y el inicio de los primeros riegos de la temporada, se producirá un lento descenso del nivel piezométrico que volverá a situar este por debajo de la cota del terreno y dejarán de aparecer estas nuevas surgencias”. Aun así, la situación del acuífero hace que sea más factible que nunca recuperar el ecosistema. Para ello, es fundamental controlar las extracciones para regadío, que en los peores años superaron los 600 hectómetros cúbicos, el triple de la recarga media.
“Si se salva esto o no es una decisión política”, añade Mejías, que teme que en un nuevo periodo seco se olviden las medidas de ahorro. “La recuperación no se puede confiar solo a la aparición de esporádicos episodios húmedos”.
El Ministerio de Agricultura y Medio Ambiente prepara una reforma legal de urgencia para impedir “un nuevo deterioro del acuífero”, para lo cual “reordenará los derechos de uso de las aguas tendente a la recuperación ambiental de los acuíferos”. Las condiciones para recuperar La Mancha Húmeda se dan ahora como nunca. El tiempo dirá si el ojo entreabierto del Guadiana es solo un espejismo, una oportunidad perdida. O si, por el contrario, no hay marcha atrás en la recuperación del Guadiana.